A partir de los años setenta y hasta los años ochenta del siglo pasado los estudios sobre el liderazgo volvieron a orientarse hacia la cuestión de buscar rasgos de personalidad asociados a esta función. Aparecieron nuevos estudios encaminados a averiguar si existía algún tipo de relaciones entre las cualidades de las personas y la función de liderazgo. La mayoría de estos estudios llegaron a la conclusión de que la cuestión del liderazgo era un tema complejo, con importantes lagunas teóricas, pero muy clave para el éxito de las organizaciones.
Durante todo este período, aunque bajo diferentes ópticas de análisis, la reflexión sobre el liderazgo parece estar presidida por la idea de que un líder es, de alguna manera, una gran persona cuya actividad mueve la historia. Se trata de una visión heredera de las tradicionales propuestas mesiánicas de Thomas Carlyle y de Ralph Waldo Emerson, pensadores del siglo XIX, que durante mucho tiempo habían condicionado las reflexiones iniciales sobre el liderazgo. Los puntos de vista de estos autores han influido en el imaginario colectivo sobre el liderazgo y los líderes. Su ascendencia ha sido notable en aquellos teóricos que han querido explicar el fenómeno del liderazgo a partir de los rasgos y características de quienes se suponen que son unos héroes o superhombres.
Deja un comentario